Fotografías y relatos. Buceando en el interior a través de la fotografía. Buceando en la fotografía para emerger con nuestro interior.
1 may 2012
Mátalo, mátalo.
Hacía 5 meses que estaba postrado en aquella cama de hospital. Nosotros, su esposa e hijos, hacíamos turnos durante el día para que nunca estuviese solo. Aquella noche estaba yo de guardia. Tumbado en el suelo, junto a su cama, pensaba en lo justo e injusto que tiene la vida, en quién debe y puede decidir sobre ella. Hasta donde se debe consentir el sufrimiento de un cuerpo ya gastado y ahora devorado.
Las horas pasan despacio, muy despacio, y solo cada cierto tiempo una luz se enciende y aparece una enfermera que le toma tensión, temperatura y le suministra alguna medicación, esta, ya por vía intravenosa. Apenas un minuto más tarde todo regresa a la quietud que acompasa la respiración algo dificultosa de mi padre.
Mi cara, apoyada en el suelo tiene como visión la luz que entra por la rendija de la base de la puerta. Una luz blanca reflejada en las baldosas lisas y limpias del suelo. Ya no hay pies que la atraviesen al otro lado, la quietud lo inunda todo, un gran vacío nos rodea, y es solo esa respiración la que me hace creer que lo que vivo es cierto, que no es un sueño.
El cansancio me va venciendo cuando escucho una voz más allá de nuestra habitación, al otro lado de la puerta. Abro bien los ojos tratando de ver algo por aquella rendija ínfima. No hay movimiento. Presto atención a la voz. Una voz de vieja de cuento de brujas gastada por los siglos de una existencia maligna. Una voz anciana con falta de aire que repite una y otra vez una sola palabra. Mátalo, mátalo, mátalo.
Me asusto, me muero de miedo en aquella soledad de una habitación de hospital oscura y fría. Trato de pensar que es fruto de mis pensamientos que unidos al sueño me han jugado una mala pasada y que en aquel medio y circunstancias me han hecho oír cosas que no eran ciertas.
Me levanto y observo a mi padre. Tumbado con sus goteros, su boca entreabierta y con esa respiración dificultosa. Está tranquilo, ajeno. Hacía tiempo que ya no era el. Solo un continente gastado de lo que un día fue mi padre. Le sonrío y le acaricio, le cojo la mano y en nuestros silencios y con una sonrisa le cuento mis miedos, lo absurdo por lo que había pasado. Pero en ese mismo momento la voz vuelve a surgir. Mátalo, mátalo.
Le suelto la mano y con mucha cautela me acerco a la puerta de la habitación tratando de oír mejor aquella voz. Apoyo la oreja en la puerta y me vienen imágenes de esas películas de terror dónde haciendo ese gesto una mano atraviesa la puerta y te succiona al otro lado.
Noto mi pulso acelerado en mi respiración, los latidos me salen por la garganta, la yugular parece reventar. Presto máxima atención tratando de no respirar para poder oír mejor. Ese pulso maldito en la respiración no me deja oír. Mátalo, mátalo.
No hay duda del mensaje. Desde la puerta miro a mi padre y la vista, como ser independiente a mi voluntad, se dirige a su almohada. Acabaría con su sufrimiento, un sufrimiento que sin duda le llevaría a su muerte. Estaba sentenciado desde hacía tiempo y tenía la fórmula para acortar los plazos, los tiempos, las agonías. Y también, por que no negarlo, las nuestras. Nuestro cansancio, nuestra despedida prolongada, nuestro sufrir con el suyo.
Me acerqué a su lado, toqué su frente y luego acaricié la almohada. Era suave por el desgaste, blanca con el símbolo de la Seguridad Social bordado. Muchas personas habrían reposado en aquella misma almohada. Algunas habrían dejado allí su último aliento, sus últimas lágrimas, sus últimos susurros y deseos, sus últimos miedos.
Volví a mirar a mi padre y volví a oír aquella voz como dictado de una acción a seguir. Regresé junto a la puerta dispuesto a descubrir la procedencia de aquella voz. Cogí el pomo y lo apreté con fuerza, con mucha fuerza para girarlo sin hacer el menor ruido. Nunca hasta ese momento me fijé si chirriaba o no. Si me hubiese fijado antes… Ahora dudaba. Vi al trasluz como el pestillo avanzaba hacia la derecha apunto de ser liberado. Abrí despacio, lentamente con la cara pegada al marco para poder ver de inmediato que ocurría al otro lado.
La luz me cegó por un momento. Acostumbrado a la penumbra de la habitación tardé unos segundos en hacerme con el nuevo entorno.
El pasillo se extendía a derecha e izquierda de forma casi infinita. De frente la recepción de las enfermeras y otro pasillo perpendicular al nuestro e igualmente vacío e infinito. El pulso se encabritaba y golpeaba en la garganta. Ya estaba un paso fuera de la habitación cuando volvió a sonar esa voz vieja y gastada. Mátalo, mátalo.
Localicé su dirección y muy despacio caminé hacia ella, buscando su origen. Procedía de una habitación de aquel pasillo perpendicular al nuestro. La puerta estaba sin encajar, cabía una mano por ella. No veía nada, todo estaba oscuro, casi negro. Empujé con mi mano aquella puerta para que pasara algo de luz y poder averiguar algo, encontrar aquella voz.
La luz iluminó tenuemente la habitación. En la cama yacía un cuerpo pequeño y delgado, el de una anciana sin carne. Los huesos marcados, punzantes sobre una piel cuarteada. Los ojos muy abiertos casi saliendo de sus órbitas, con miedo, como viendo algo en aquel techo oscuro ahora algo iluminado. La boca abierta mostraba una lengua gruesa y seca, y un hilo de saliva unía sus labios. Diría que no respiraba si no fuese por la vibración de aquel hilillo de saliva.
Me acerqué a ella sin hacer ruido, sin respirar, no quería que supiese de mi presencia. Estaba a su lado. Ahora me daba pena, allí, tan sola. Sentí la necesidad de acariciar su frente, como hacía con mi padre tratando de compartir su soledad. Acerqué mi mano y de pronto su cara se giró hacia mi. Sus ojos se clavaron en los míos y de aquella boca surgió aquella voz vieja y gastada que decía Mariló, Mariló. En ese momento entró una enfermera.
-Pobrecilla, siempre está sola. Llama a su hija Mariló, que a saber donde está.
Desde aquella noche y hasta que dejé el hospital no dejé de visitarla, de coger su mano gastada. Ella me miraba y me decía, Mariló, Mariló. Yo le decía, si mamá soy yo, no te preocupes. Luego cerraba los ojos y se dormía.
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Qué buen relato, Cormo!!!... y no digo más! :-))
ResponderEliminarYa sabes: a dos brazos!!!!
Es algo que tenía pendiente y que gracias a tu blog me decidió a llevarlo a cabo. No se si sin ti huviese visto la luz. Gracias por ello.
EliminarA dos brazos y... Estrujando, que se sienta!
No sé qué pueda tener de realidad, pero es posible en su totalidad.
ResponderEliminarUna narración llena de ternura en el cuidado de nuestros mayores, que me atrapa a una tensión de película de terror, para regresar de nuevo a una reconciliación con el amor, la soledad en la vejez y a una forma de entender que cada Mariló tiene una madre maltratada por su ausencia.
Un gusto leerte.
Un abrazo
Hola Albada. De realidad lo tiene todo. Algo vivido en primera persona conmigo de protagonista y mi padre como tal.
EliminarEn esta ocasión, el miedo hizo de guía para consolar a quien estaba solo. Yo, muchas veces me recrimino la, bajo mi opinión, poca atención que le presto a mi madre. Tambien es cierto que me esfuerzo en cambiarlo.
Un besote Albada
Hay, Luis. Hace mucho que no leía un cuento de terror tan bueno como este. No pude dejar de leerlo desde la primera frase, y de verdad pasé miedo. Ese final me mató... muy tuyo, con esto me refiero que es el mejor posible. Me gusta, muy bien narrado. Te felicito.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Muchas gracias Sara. Yo tambien pasé miedo, más que el que te puedas imaginar. Es una historia basada en hechos reales. Hoy lo escribo y me río, pero aquella noche....:o
EliminarUn besote
Solo puedo decirte una cosa, sincera de este relato, qué es fantástico. Muchas gracias. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti Alfred por su lectura. Ese es el etímulo que nos hace seguir.
EliminarExtraordinario relato Cormo. Me ha impresionado. Tiene fuerza, dramatismo, profundidad, angustia vital. Ya hubiera querido yo que se me hubiera ocurrido a mí. Todo lo que leo últimamente tuyo me gusta mucho. Creo que estás dando pasos de gigante. Enhorabuena, amigo
ResponderEliminarHola Gabrielpalafox. Este es una mera narración de una experiencia vivida, lo que facilita las cosas. Muchas gracias por tus ánimos, es todo un impulso.
EliminarUn abrazo