Fotografías y relatos. Buceando en el interior a través de la fotografía. Buceando en la fotografía para emerger con nuestro interior.
21 may 2012
Segundo
La fotografía de este relato (que podéis ampliar haciendo clic en la misma), pertenece a mi buen amigo Julián G. de la Mata, del blog http://fotografea.blogspot.com/
A el dedico este relato.
Segundo
En la plaza mayor transitan los turistas ávidos de recuerdos. Una plaza poco transitada por lo lugareños que prefieren la reunión y el encuentro en la plaza de Julián de la Mata, mucho más coqueta y pintoresca a pesar de su posible abandono y falta de restauración. En ella se encuentra la vieja sastrería, y sobre ella, la casa de Segundo.
La madre de Segundo, de nombre Pastora, era soltera y prostituta, algo igualmente heredado de su madre. Parecía una tradición. Pero Pastora supo enamorar a D. Guillermo, dueño de la sastrería y que no tuvo reparos en sacarla de la calle y hacerla su mujer. De aquella unión nació Segundo, quien como uno se puede imaginar, no tuvo una infancia fácil, los niños, ya se sabe, son ante todo crueles. Y aunque ella ganó el respeto de cara a los vecinos, a sus espaldas no se olvidaban de su primera profesión.
D. Guillermo murió cuando solo contaba dos años, no dio tiempo a olvidar el origen de ella. Aun así, supo dirigir y hacer prosperar aquella sastrería, que bien les daba de comer, y de cerrar otras bocas.
Segundo era un hijo de puta. Eso se lo recordaban todos los días en el colegio. Se peleó con todos y cada uno de sus compañeros, pero aquello era agotador. Cansado y vencido optó por aislarse. Se encerró en un mundo creado por y para el, un mundo oscuro lleno de resquemores, odios y venganzas. Sentado en el suelo del patio , con las rodillas en el pecho, clavaba su nariz entre las piernas observando de abajo a arriba a cada uno de sus compañeros, memorizando cada cara, cada gesto, cada tono de voz.
Los años pasaban y su aislamiento se pronunciaba cada vez más. Los insultos y las palizas gratuitas se propagaban como el eco en las cárcavas que le gustaba recorrer una vez terminadas las clases. Allí, en la naturaleza, solo, se sentía bien, se sentía humano. Aquella naturaleza era lo más parecido a un hogar, pues su madre nunca tuvo el suficiente tiempo que dedicarle con el esfuerzo que suponía para una mujer sola sacar un negocio adelante.
Así, cuando cumplió los 16 años decidió dejar el pueblo e inmigrar a la fábrica de ladrillos de la que había oído hablar y en la que ofrecían alojamiento y un buen salario. Salario del que buena parte hacía llegar a su madre, que ahora ya cansada y disminuida por la factura de las venéreas, no podía hacer frente sola a la sastrería, teniendo que contratar a un empleado que le ayudara.
Cuando Segundo cumplió los 25 regresó al pueblo a enterrar a su madre. Nadie acudió. Lo prefirió. Cerró la sastrería y regresó a la fábrica de la que ya era capataz de una de las naves.
Tres años más tarde estalló la guerra más cruel, aquella que enfrenta a hermanos, vecinos y amigos. La guerra civil.
Pronto supo destacar por su crueldad, su sangre fría a la hora de matar, su sin piedad. Fue entonces cuando regresó a su pueblo y cuando uno a uno terminó con aquellos que así le habían creado. Conocía sus caras, sus casas, sus costumbres. Y cuando huyeron supo encontrarles entre aquellas cárcavas que habían sido su refugio, su consuelo, su hogar.
Las redadas y los arrestos daban paso a las ejecuciones llevadas por sus propias manos. Los lamentos, las súplicas y los arrepentimientos chocaban en su mirada fría y vacía. Sus manos firmes y callosas segaban cuellos y vaciaban entrañas. Los cuerpos inertes se apilaban en la plaza Mayor para ser expuestos como trofeos de caza, como símbolo de poder. Luego eran esparcidos por los campos de las afueras sin sepultar, sin identificar, cual bastardos en una sociedad de apellidos.
En cuatro meses había exterminado a la mayoría de aquellos que fueron sus compañeros y vecinos pero nunca amigos. Luego partió a otras campañas propias de las circunstancias, de la guerra, pero en estas, su crueldad se difuminó. Su venganza se había cumplido. Abandonó las armas y la lucha cansado de matar, ya no tenía sentido. Se refugió una vez más en aquella naturaleza en espera del fin de la guerra, dando cobijo y alimento a todo descarriado que por allí pasaba, fuera del bando que fuera.
¡Segundo, Segundo!
El nunca hace caso. Le tocan con la mano en el hombro y vuelve la cara, mira un rostro desconocido para el. Sus ojos denotan extrañeza. No sabe quien es, ni quien le toca, ni tan siquiera quien es ese tal Segundo. Relaja su gesto, gira de nuevo la cabeza, y sigue mirando el transitar de la gente en esta plaza pequeña, íntima y personal. Trata de averiguar quienes son esas personas que por ella caminan, trata de averiguar como ha llegado hasta allí, de saber quien es. Todas las imágenes son nuevas para el, si bien es capaz, a duras penas, de recordar trazos de lo que su vida fue. Ve pasar unas niñas con un traje regional, lleno de colorido y alegría. Pero a el se le agolpan niñas con arapos sucios y roídos, de caras tristes y lágrimas grises. Ve ancianos como el en los que cree recordar a viejos enemigos pendientes de ajusticiar. Entonces cierra sus puños, aprieta sus ojos y sin poderlo evitar se resbalan dos lágrimas que recorren los surcos de su cansada cara. Lentamente se lleva la mano a los ojos apretándolos con signo de rabia, de incomprensión. Parece querer hundirlos en el cráneo, testigos de lo que intuye pero no sabe, no recuerda. Luego, casi rozando su piel recorre el camino de las lágrimas hasta llegar a su boca y se pregunta ¿Quién soy. Porqué lloro?
Solo el beso de unos enamorados le retorna al presente. Los observa con interés, con la nostalgia y la pena de su única certeza. Aquello que nunca tuvo.
La sastrería la regenta Natalia, una moza joven y alegre auxiliar de enfermería que cuida de el. No sabe nada de su pasado, solo ve en el a un viejo solitario, que hasta de el mismo se ha olvidado. Mejor así.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Historia, como todas las referentes a la época de la guerra incivil, tremebunda.
ResponderEliminarUn saludo.
Afortunadamente quedan escritos y filmografía que recupera los hechos ocurridos y sus personajes con sus propias vivencias en primera persona. Aunque cada uno tiene su propia forma de ver las cosas, sentirlas y contarlas. En algo todos coinciden. No deberían suceder.
EliminarUn abrazo
Es una historia de vida, en su tiempo y sus anclajes en la infancia.
ResponderEliminarCrónica de una demencia senil, de mucho dolor de escuela y ausencia de apegos que salvasen a un hombre del lado oscuro más oscuro de sí mismo.
Brillante crónica de un personaje cruel perdido ante sí mismo, mejor olvidar su propio pasado, tal vez sí.
La mayoría de historias conllevan otras historias adosadas a los bolsillos del propio gabán. Por eso es casi imposible borrar todo paso por la vida.
Un abrazo
Efectivamente creo que lo cruel del olvido es, en ocasiones, "una bendición".
EliminarComo bien dices, toda acción tiene una reacción, un efecto mariposa. Pese al olvido de nuestro personaje, sus consecuencias repercuten en terceras personas que, con casi total seguridad, no olvidan. Y como le digo a Alfred, afortunadamente quedan registradas para aprender de ellas y poder evitarlas.
Un besote
Me parece una historia estupenda, de guerra porque es de guerra... Pero lo cierto es que podría ser de el otro día, de ayer mismo. Seguimos siendo esencia humana y eso, sea cual sea el contexto, sea en blanco y negro o color, cambia poco.
ResponderEliminarEn cuanto al olvido pienso que es un mecanismo de defensa por el que hay que dar gracias aunque en ese proceso se largue tanto lo malo como lo bueno.
Un besote, Cormorán!!
Efectivamente las guerras son miserables y miserias encontramos a diario, incluso en nuestro entorno más próximo. Y si, el olvido tiene sus grandes ventajas y adosadas a ellas sus grandes inconvenientes. Lo mejor es nuestra capacidad selectiva, aunque no siempre funcione como queremos.
EliminarUn besote
Cómo me mola amigo!! Muchas gracias, de verdad, por lo que me toca. Es todo un honor que una de mis fotos pueda contar con un texto -y qué texto- de tu cosecha... qué sepas que tengo más, eh, jeje.
ResponderEliminarEl relato es crudo y está muy bien construido, me gusta mucho. Por desgracia, aquí en España, el olvido nos lo han impuesto...
Salú amigo.
Gracias a ti, el honor es enteramente mio.
ResponderEliminarNos imponen el silencio, pero el olvido se lleva dentro y no se puede controlar. Nos hacemos los olvidadizos, pero llegará el día que pasemos factura. Con intereses, como la prima de riesgo :)